Dos años o dos noches son lo mismo. El tiempo de la espera es relativo. como los son la vida, la ansiedad, o la muerte. El viento del norte trajo los incendios y la primavera no es tan amable. Como en un poema de Montale, un hilo se devana. A veces no se sabe que se espera: quizás sea un llamado, o un silencio, una bendición, una palabra… A veces no se espera nada. Es de noche y habrá otra mañana esperando para desenredarse; como un ovillo que escapa de una bolsa, como el destino. Como el destino impredecible que suponemos nos depara un ser imaginario, que creamos a nuestra imagen y semejanza. Quizás no haya un dios. Quizás solo esto: el fluir infinito de los días, sin orden, redención, deseos. Nada. Solo el rodar de la tierra Y no estaría mal que así fuera. El fuego que se apaga volverá mañana a arder, así como el sol volverá a salir. Y el consuelo de un posible cosmos es un intento de ordenar el caos teniendo
Una de las primeras cosas que se aprendía en la carrera de historia era las diferencias entre historia e historiografía, y entre los datos y la reconstrucción o relato histórico. Para hacerla cortita, uno tenía que tener claro que cualquier historia que se relatase, terminaría de alguna manera hablando también de nuestro tiempo, además del período que pretendía reconstruir. Otra cosa que se aprendía, pero con el correr de los años y las lecturas, era que la precisión y la calidad científica no se emparejaba así nomás con la calidad literaria. Nadie dudaba de la genialidad de Tulio Halperín Donghi, pero tampoco había estudiante alguno que se entusiasmara con su prosa. Por otra parte, y esto lo aprendí saltando entre la escuela de Historia y la de Letras, me fui enterando que la coherencia de los relatos, depende muchas veces de las reglas internas del universo que crea el autor. A veces una aventura espacial era más creíble que una crónica periodística. Todo esto viene