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Miseria de los esfínteres.

Dedicado a Mariana H. y Jorge  F.
miseria.
(Del lat. miserĭa).
1. f. Desgracia, trabajo, infortunio.
2. f. Estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada.
3. f. Avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
4. f. Plaga pedicular, producida de ordinario por el sumo desaseo de quien la padece.
5. f. coloq. Cantidad insignificante.
De las muchas acepciones que la Real Academia Española establece para el término Miseria, la más adecuada para el caso que me ocupa es la de desgracia, infortunio, o quizás la de mezquindad y demasiada parsimonia. No así la segunda acepción Estrechez, ya que esta historia está relacionada más bien con la dilatación y el relajamiento.
Ya lo había dicho Hamlet a Polonio: Aquí dice el malvado satírico que los viejos tienen la barba gris, la cara con arrugas, que vierten sus ojos ámbar abundante y goma de ciruelo, y que unen a una gran debilidad de carnes mucha falta de entendimiento ... Todo lo cual, señor, aunque yo plena y eficazmente lo creo, no me parece decente hallarlo afirmado en tales términos; porque tú mismo, señor, serías tan joven como yo, si te fuera posible andar hacia atrás como el cangrejo”  La decencia que reclama Hamlet debía tenerla don William Shakespeare también, ya que en la enumeración que hace de los efectos de la vejez se cuida muy bien de hacer referencia a los esfínteres.
Una vez más, el recuerdo nos trae al presente la figura de la abuela Rebeca. Como le sucede a todas las señoras de una cierta edad, llegó el momento en que la abuela entró en el climaterio, y junto con él, algunos efectos desgraciados. ¿El carácter habrá empeorado?, preguntarán algunos de ustedes, ignorando que la abuela de por sí representaba el grado cero de la simpatía. Otros intentarán establecer si la noble anciana (¿por qué habré escrito noble? ¿qué me está pasando?) habría tenido algún episodio depresivo. Pues no, además de los consabidos calores a la abuela se le empezó a relajar el esfínter. ¿De cuál  de todas las  estructuras, usualmente músculos en forma circular o de anillo, que permiten el paso de una sustancia de un órgano a otro por medio de un tubo u orificio a la vez que impide su regreso estaré hablando? Bueno, ustedes saben que de casi cuarenta esfínteres que tiene el cuerpo humano hay dos que nos pueden sumir en la absoluta vergüenza y el ridículo. Bien, hablamos del segundo.
La situación ya de por sí es incomoda pero siempre podemos agregar un detalle que nos desbarranque hacia lo extravagante, por no decir ridículo sin más. La abuela sufría de la ya comentada sordera, que avanzaba tan rápido como la pérdida de control del escape de gases del tracto digestivo. De esta manera la dulce ancianita soltaba una salva digna del final de la Obertura 1812, y tan cómodamente sonreía desentendida, convencida de la mudez de la pedorrera liberada. Aquí es donde la demasiada parsimonia se manifestaba. Impávida, impertérrita, libre de toda culpa o sentido de la responsabilidad la viejita se quedaba quieta hablando de bueyes perdidos en el medio de una nube que hubiera escandalizado a los sobrevivientes del accidente nuclear de Harrisburg. Ya que de desastres hablamos, lo que sucedía alrededor de la abuela era similar a lo que se vivió en Seveso: la gente atribulada y panicosa escapaba del lugar abandonando la conversación con cualquier excusa.
Como era de esperarse, la exagerada parsimonia trajo tras de sí el infortunio, el abandono, la censura, reprobación y detracción. Cómo el golpe que da el diestro sacudiendo violentamente con la fuerza de su espada la flaqueza de la del contrario, para desarmarlo, así el prestigio de la abuela fue cayendo por los violentos golpes de los pedos, que como una retahíla de cañonazos, demolían los últimos bastiones de su vida social. La familia llevaba con resignación la cruz de la miseria en que se sumía la abuela, pero el descenso a lo más bajo del infortunio llegaba cuando la vieja se desgraciaba en la casa de algún pariente lejano, delante  de personas de trato distante o desconocidos: sólo los leprosos que embarcaban en las cruzadas a Jerusalén habrán sentido de igual manera el peso del oprobio.
¿Y qué aprendimos de la historia de la miseria de los esfínteres? Casi nada. Solamente nos quedó el miedo de que, como le pasaba a los héroes griegos, un mal del pasado viniera a cebarse con nosotros. Por eso caminamos derechitos y fruncidos…..

Comentarios

  1. "como una retahíla de cañonazos, demolían los últimos bastiones de su vida social"

    hermosa...
    Mi bisabuela era una ancianita pequeña, de pelo blanco, arrugas y batón oscuro. Pedorreaba al caminar, dejaba una estela y seguía andando con sus pasos cortos.
    Qué será la vida social a esa edad, donde todo se enlentece, y entre la pérdida de visión y de oido se vuelve distante!!
    Tal vez la pedorrera senil sea una manera bizarra de la vida de darnos una opinión sobre nuestra glamorosa juventud !

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  2. Estimadísimo: ocho de la mañana, primera hora de Literatura, sexto año, Hamlet era mencionado por mí y un cañonazo atroz tronó en el ángulo posterior del curso.
    "No podés ser tan H. de P", profirieron algunos alumnos tratando de salvar la situación. Yo sólo dije: hagamos de cuenta que no ha sucedido nada, y si sucedió con olor, pues que se lo fume el señor que se ha desgraciado. No habran las ventanas.
    No era viejo y era imperdonable, pero nos reímos bastante.
    Por otro lado, mi abuela subía las escaleras de la casa, luego de una cena plácida y entretenida, y en lugar de ventear, puteaba en voz baja. A quién? Por qué? Nunca lo supimos, pero también nos reíamos con eso.
    Cosa de viejos y de borregos. O no?
    Genial lo suyo!

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  3. Fe de erratas: donde dice HABRAN leer ABRAN!

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