Hoy, lunes 17, por celebrarse el día de San Patricio, no tuve que trabajar en uno de los colegios en los que doy clases. Mi plan original para la mañana era dormir a pata suelta, pero gracias al brillante nuevo esquema de transporte público que implementó el intendente Mestre, terminé cruzando la ciudad de una punta a la otra para que mi mujer llegar a su trabajo a las 7.45 hs.
Espabilado ya, y habiendo soportado el tránsito a la ida y la vuelta, prendí la computadora para distraerme. Como pasa cuando uno es disperso y se sumerge en la red, fui encadenando un link con otro para encontrarme finalmente leyendo un artículo de la revista Pronto sobre la modelo Ingrid Grudke y su participación en un evento donde tuvo que desfilar un vestido de Jorge Ibañez. El artículo, breve pero bastante mal escrito, con giros dignos de la Mirna Delma de Landrú, pretendía ensalzar el profesionalismo de la mujer que, aún transida de dolor por la muerte de su amigo/pigmalión/lo que sea, atravesaba la pasarela para homenajearlo. Junto con el artículo estaba el video de la transmisión del evento que hizo un programa de televisión.
Empujado por el aburrimiento y el morbo me puse a ver la filmación. Sin duda la cara de la Grudke es hermosa. Y aún en la exhibición obscena que se hace de su dolor uno se queda maravillado de la expresividad y perfección física, pero...
Mirándola, y sobre todo, escuchando el relato lleno de frases huecas y lugares comunes que la periodista hace a medida que el desfile transcurre, empecé a pensar en el punto de distorsión en la forma de relacionarnos con las personas y los hechos que hemos alcanzado. Si esta mujer estaba dolida, ¿necesitaba exponerse de esa manera? ¿No podía negarse a salir, dar parte de enferma y quedarse llorando en su casa? ¿No hubiera sido un mejor homenaje suspender el evento por duelo? Pienso en el poema de Auden, que reclamaba que se pararan todos los relojes. En algún momento hemos reemplazado el dolor íntimo por el dolor público. ¿Le hizo acaso algún bien a la señorita Grudke mostrar su cara (hermosa) hinchada?
Hemos llegado a un punto en que somos en tanto somos mirados, o leídos o retwitteados. Las tarjetas de condolencia no se dejan más en las casas de Pompas Fúnebres para que los deudos las lean en sus casas después del entierro, sino que se exhiben con errores de ortografía en las redes sociales. Nada es real sino se muestra. Discutir sobre la "sociedad del espectáculo" es inútil porque vivimos en ella. Sería como discutir el aire. Sin embargo, sigo preguntándome por qué consumimos este tipo de información y por qué aceptamos las consignas y eslóganes que esta prensa propala. ¿En qué momento se generó y se generalizó este mal entendido?
Como las respuestas posibles son tantas que es como si no hubiera ninguna, la solución más simple, que ya la había propuesto hace muchos años Max Headroom, es elegir apagar los aparatos. Uno puede no comer la porción de caca diaria que le propone el periodismo basura. Y si hay gente que de buena fe todavía cree que está obligada a poner el cuerpo a todas estas memeces, le recuerdo que hace muchos años (creo que allá por el 84) Nacha Guevara cantaba y se preguntaba ¿Por qué tiene el show que seguir?
Sabés qué, Alejo? Cuando tenés razón, tenés razón.
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