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La novia del guerrero (12)

Se habían citado en Olmos y Alvear, pero no habían establecido claramente en cuál de las cuatro esquinas, así que Liliana llevaba quince minutos esperando debajo del cartel con forma de globo terráqueo de "Hemisferio Seguros", cuando vio a César Carlos haciéndole señas desde la otra vereda de Olmos. Liliana esperó que el semáforo cambiara, y cruzó lentamente, para que no se notara que estaba emocionada.
Sabía que no era una cita. El Renguito había invitado a todos los amigos, pero Liliana había creído ver en los ojos de él un detenimiento particular en ella, en el momento que les informó que la agrupación de estudiantes secundarios de la que formaba parte daría una charla-debate, y que sería bueno que se acercaran.
Liliana sabía que la Susy no iba a ir (seguramente estaría ocupada en la iglesia), Raquel y Cacho tampoco, porque simpatizaban con la Federación Juvenil Comunista; y Tito y Moncho evitaban cualquier asunto que tuviera que ver con la política.
Cuando se encontró frente al Renguito no supo muy bien como saludarlo. Era la primera vez que estaba sola delante del chico que le gustaba. Él, sin darse cuenta de la inquietud de Liliana, le dio un beso rápido en la mejilla, y tirándola de la mano la llevo hacia la calle Alvear, por la vereda de enfrente a la sinagoga.
—Dale que seguro que ya empezaron.
César Carlos llevó a Liliana hasta el Córdoba Sporting Club. La entrada del gimnasio estaba cubierta de banderas rojas y carteles con leyendas que Liliana no llegaba a entender. Al transponer la puerta, sintió un olor que le hizo pensar que ya había estado allí; así que en vez de concentrarse en escuchar al muchacho que, parado en el medio de una tarima, hacía una larga alocución, Liliana trató de ubicar en su memoria cuándo y por qué había estado en el lugar. Después de unos cinco minutos de ensimismamiento lo recordó: el tío Ñato la había traído, junto con sus primas Elenita y Carmen, a ver un espectáculo de la troupe de catch de Karadagián. Elenita se había pasado todo el show asustada, sobre todo cada vez que aparecía "la momia".
—¡Qué ideas tiene el tío Ñato!, —pensó— ¿cómo se le ocurrió traernos a las chicas a ver "Titanes en el ring"?
Ya más tranquila de saber que no estaba en un lugar del todo desconocido, se dedicó a estudiarlo en detalle. Las paredes tenían la pintura sucia y envejecida, y en general, todo tenía un aspecto decadente. Inmediatamente concluyó que en la medida de lo posible evitaría ir al baño.
Después pasó a mirar a la gente: había algunos chicos de su edad, pero la mayoría debía tener entre dieciocho y veinticinco años, lo que le pareció que no correspondía con una agrupación de secundarios. En un rincón, cerca de los baños, había un pequeño grupo de gente que quizás tuviera más de cuarenta años. Todos estaban vestidos con poleras y blazers, y le hicieron acordar unas fotos de Sartre y Camus que había visto en la casa de Cacho. Agudizando el análisis, volvió a mirar a los jóvenes que tenía alrededor. Lo primero que le llamó la atención fue que a pesar de lo que decían los carteles, y de reiteraba la alocución del orador, ninguno parecía obrero. Eran en su mayoría chicos y chicas con muy buena ropa.
—Acá ninguno se compra las camisetas en "Casa Beige" —soltó bajito.
—¿Me decías? —dijo el Renguito.
—Nada, hablaba sola.
Liliana sintió un poco de vergüenza. Después de todo el Renguito la había invitado, y podía interpretar que su comentario era una descortesía. Trató de volver a concentrarse en el chico que hablaba, pero en vez de prestar atención al discurso, empezó a evaluarlo físicamente. Tenía el mismo corte de pelo que Claudio García Satur, pero llevado con menos gracia. En realidad no era el único. A excepción de un pelilargo con aspecto de "hippie", la gran mayoría de los varones parecían versiones de "Rolando Rivas".
El Renguito no. Él era mucho más lindo. No tenía las patillas desparejas o las cejas despeinadas. Liliana giró la cara para mirarlo. Estaba absorto, con la vista fija en el escenario, como si las palabras que escuchaba tuvieran una música que solo él pudiera entender. Liliana se movió un poco en la silla para poder apreciar mejor el perfil, y la luz de las lámparas de mercurio creó un halo alrededor de la cabeza de César Carlos. Se sintió rara. Tenía una sensación de vacío a la altura del ombligo y empezó a transpirar. Sin darse cuenta, estaba moviendo los dedos de los pies adentro de los zapatos.
De alguna manera debía estar llamando la atención porque el Renguito abandonó por un momento el estado de aparente beatitud para hablarle de nuevo:
—¿Estás bien?
—Si..., no podría estar mejor.
—¿Viste? ¿No es fascinante?
Liliana se puso colorada.
—Si, absolutamente.
El Renguito se dio por satisfecho con la respuesta y volvió a atender el discurso. Nunca llegó a enterarse de que los motivos que fascinaban a los dos eran completamente diferentes.

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