A veces Liliana tenía la sensación de que todas las conversaciones convergían en un mismo asunto, o de que las circunstancias operaban de una manera inextricable pero con un sentido. El Rengo se reía de ella cuando comentaba esa sensación, y le decía que el problema no eran los datos de la realidad, sino la carencia de instrumentos de interpretación y transformación. De todas maneras, la segunda mitad del año 74 estuvo llena de momentos de lo que Liliana catalogaba como señales, y el Rengo como datos objetivos. Por ejemplo, las circunstancias que fueron llevando al abandono de la formación política.En un lapso asombrosamente breve se fueron dando una serie de incidentes que dieron por terminada la militancia. Primero fue la insistecia de doña Cora, la vecina de la esquina de su cuadra.
Doña Nélida y doña Cora solían tener largas conversaciones itinerantes, que empezaban en el mercado, seguían en el almacén, y terminaban, mate mediante, en la cocina de la casa de alguna de ellas. El estado de ánimo constante de Cora era el terror. Si su marido tenía que ir al centro, temía por la posibilidad de que lo alcanzara un tiroteo o de lo raptara la policía o algún grupo terrorista. No pasaba delante de gremios, comisarías o cuarteles para evitar la muerte segura que produciría la explosión de una bomba en el lugar. El objeto preferido de su miedo, sin embargo, eran los hijos. Decía que había que tenerlos vigilados porque cualquiera de los chicos de la cuadra podría haber sufrido un lavado de cerebro y estar trabajando para la subversión. Doña Nélida no parecía prestarle mucha atención al comienzo, pero tarde que las mujeres charlaban en su casa, Liliana notó una variante en la reacción de su madre. La enésima vez que Cora preguntó si sabía en qué compañías andaba Liliana, en vez de responder cualquier vaguedad, doña Nélida puso sus dos manos sobre las piernas, miró primero a Cora, después a Liliana, que justo pasaba por la cocina para buscar galletas, y en un tono inexpresivo dijo:
—No Cora. Yo ya no se con quiénes anda esta chica.
A los dos días doña Nélida empezó a ponerse cargosa con los horarios de llegada a la casa. Además preguntaba insistentemente si se veía con algún muchacho fuera de la escuela. Liliana juró y rejuró que no, y para tratar de dar el tema por cerrrado, montó una escena donde le enrostraba a la madre la falta de confianza.
El sábado siguiente sufrió otro desconcierto. En vez de escuchar una clase aburrida sobre las diferencias entre estructura y superestructura, el responsable político de la célula de la agrupación hizo una arenga sobre el deber de la juventud en los tiempos que corrían. Explicó que las reuniones teóricas terminaban, y que en breve se les notificaría cuando y donde volverían a juntarse para empezar con las prácticas de tiro. Antes de volver al centro, Ramirez la llevó a un rincón. Liliana esperaba que la besaran, pero el muchacho se limitó a decirle en el oído:
—Soy el responsable de contactarte. Esperá mi llamado.
Cuando llegó al edificio de "La Mundial" sintió que se le aflojaban las piernas. Su padre había llegado antes y la esperaba. Cuando estuvo delante de él no supo qué decir. El señor Petrini tampoco. Tenía los ojos rojos como si fuera a llorar. Se limitó a indicarle con la mano que subiera al auto. Por la mitad del camino a la casa, dijo una sola frase:
—No voy a hacerte preguntas, pero la aventura termina acá.
Pasó un mes sin tener noticias de nadie de la agrupación.No se animaba a hablar con el Rengo. Notó además, que su madre la miraba con desconfianza. Durante meses había estado saliendo en forma clandestina sin levantar sospechas, y doña Nélida se había puesto suspicaz cuando las reuniones políticas habían terminado.
La vida de Liliana se fue convirtiendo en una sucesión de episodios iguales entre si. Incluso los diarios y los temas de conversación parecían repetirse. Un atentado, un secuestro, una película prohibida, una huelga. Cuando llegó la primavera no esperaba nada, sin embargo las cosas empezaron a cambiar.
En contra de cualquier pronóstico, el primer movimiento lo produjo doña Nélida. Liliana llegó de la escuela un mediodía y se encontró a su madre sentada en la mesa del living. Eso ya constituía una rareza, porque el campo de acción de la mujer raramente excedía la cocina. La presencia inmóvil desconcertó a Liliana. Llegó hasta el frente de ella, pero ninguna de las dos atinaba a saludar.
—Sentate que tenemos que hablar —dijo doña Nélida.
Liliana obedeció. El tono seco de la madre no abría posibilidad a discusiones.
—¿Y de qué querés que hablemos?
—Me corrijo. No vamos a hablar. Vas a escucharme. ¿Cuándo aprendiste a mentir vos, chiquita de porquería?
—¿Yo mamá....?
La pregunta fue interrumpida por una fuerte cachetada.
—Las estúpidas de tus primas se pisaron y tuvieron que confesar que te andaban cubriendo. Te imaginarás que delante de tus tíos quedé como una pésima madre y una imbécil.
Cuando Liliana quiso hablar, doña Nélida se limitó a levantar la mano.
—Esas dos tarambanas te creen cualquier fábula a vos. Pero no sos tan viva como creés. Ya me di cuenta con quién andás.
Liliana bajó la cabeza. No entendía como su madre se habría enterado de la participación en la agrupación, así que se dispuso a escuchar.
Ya tendría que haber sospechado algo en las vacaciones, pero se ve que sos bastante buena jugándola de mosquita muerta; —ahora Liliana no entendía a su madre— de todos modos la verdad te termina saltando solita delante de la cara.
—¿Qué verdad?
—Que andabas noviando con el estúpido del chico Ramirez.
Liliana se quedó desconcertada. ¿Qué sería peor? ¿Aceptar como verdadera la fantasía de su madre, o revelarle que estuvo en reuniones de una organización que acababa de pasar a la clandestinidad? Mientras pensaba, doña Nélida continuaba:
—Encima ese chico Ramirez es tan bobito que te ha llamado un montón de veces a casa diciendo que se llamaba Rolando. ¡Como si yo fuera tan tonta como para no darme cuenta!
Rolando.
Liliana recordó la conversación sobre el nom de guerre. Ramirez la había estado llamando para notificarla de alguna actividad de la agrupación, pero su madre había interpretado que la buscaban para cortejarla. Concluyó que lo mejor era no sacar a doña Nélida del error.
—Perdón mamá. No va a volver a pasar. Además ya no lo veo más a Ramirez.
—Más te vale.
Siguieron tiempos aburridos, apenas interrumpidos por alguna noticia fuera de lo común. Por ejemplo, Madame Berazategui dedicó toda una clase a hablar del reciente asesinato de un tal Silvio Frondizi. A la semana siguiente les informaron que Madame había enviado telegrama de renuncia a su puesto. Se corrió el rumor de que había conseguido un puesto de traductora en una petrolera venezolana. Otros decían que se había ido amenazada.
El Renguito se puso intratable. No hablaba con nadie. Incluso se había peleado con Cacho y con Koster por un tiro libre en un partido de fútbol. Liliana no se animaba a encararlo para charlar porque tenía miedo de que la Susy o Raquel hicieran algún comentario que llegara a doña Nélida.
El año escolar llegaba al final. Había empezado emocionante y terminaba mortalmente aburrido. Hasta un mediodía en el que don Petrini entró a la casa rompiendo la monotonía.
—Los Ramirez se van a España, y no saben adonde está el hijo.
Doña Nélida y doña Cora solían tener largas conversaciones itinerantes, que empezaban en el mercado, seguían en el almacén, y terminaban, mate mediante, en la cocina de la casa de alguna de ellas. El estado de ánimo constante de Cora era el terror. Si su marido tenía que ir al centro, temía por la posibilidad de que lo alcanzara un tiroteo o de lo raptara la policía o algún grupo terrorista. No pasaba delante de gremios, comisarías o cuarteles para evitar la muerte segura que produciría la explosión de una bomba en el lugar. El objeto preferido de su miedo, sin embargo, eran los hijos. Decía que había que tenerlos vigilados porque cualquiera de los chicos de la cuadra podría haber sufrido un lavado de cerebro y estar trabajando para la subversión. Doña Nélida no parecía prestarle mucha atención al comienzo, pero tarde que las mujeres charlaban en su casa, Liliana notó una variante en la reacción de su madre. La enésima vez que Cora preguntó si sabía en qué compañías andaba Liliana, en vez de responder cualquier vaguedad, doña Nélida puso sus dos manos sobre las piernas, miró primero a Cora, después a Liliana, que justo pasaba por la cocina para buscar galletas, y en un tono inexpresivo dijo:
—No Cora. Yo ya no se con quiénes anda esta chica.
A los dos días doña Nélida empezó a ponerse cargosa con los horarios de llegada a la casa. Además preguntaba insistentemente si se veía con algún muchacho fuera de la escuela. Liliana juró y rejuró que no, y para tratar de dar el tema por cerrrado, montó una escena donde le enrostraba a la madre la falta de confianza.
El sábado siguiente sufrió otro desconcierto. En vez de escuchar una clase aburrida sobre las diferencias entre estructura y superestructura, el responsable político de la célula de la agrupación hizo una arenga sobre el deber de la juventud en los tiempos que corrían. Explicó que las reuniones teóricas terminaban, y que en breve se les notificaría cuando y donde volverían a juntarse para empezar con las prácticas de tiro. Antes de volver al centro, Ramirez la llevó a un rincón. Liliana esperaba que la besaran, pero el muchacho se limitó a decirle en el oído:
—Soy el responsable de contactarte. Esperá mi llamado.
Cuando llegó al edificio de "La Mundial" sintió que se le aflojaban las piernas. Su padre había llegado antes y la esperaba. Cuando estuvo delante de él no supo qué decir. El señor Petrini tampoco. Tenía los ojos rojos como si fuera a llorar. Se limitó a indicarle con la mano que subiera al auto. Por la mitad del camino a la casa, dijo una sola frase:
—No voy a hacerte preguntas, pero la aventura termina acá.
Pasó un mes sin tener noticias de nadie de la agrupación.No se animaba a hablar con el Rengo. Notó además, que su madre la miraba con desconfianza. Durante meses había estado saliendo en forma clandestina sin levantar sospechas, y doña Nélida se había puesto suspicaz cuando las reuniones políticas habían terminado.
La vida de Liliana se fue convirtiendo en una sucesión de episodios iguales entre si. Incluso los diarios y los temas de conversación parecían repetirse. Un atentado, un secuestro, una película prohibida, una huelga. Cuando llegó la primavera no esperaba nada, sin embargo las cosas empezaron a cambiar.
En contra de cualquier pronóstico, el primer movimiento lo produjo doña Nélida. Liliana llegó de la escuela un mediodía y se encontró a su madre sentada en la mesa del living. Eso ya constituía una rareza, porque el campo de acción de la mujer raramente excedía la cocina. La presencia inmóvil desconcertó a Liliana. Llegó hasta el frente de ella, pero ninguna de las dos atinaba a saludar.
—Sentate que tenemos que hablar —dijo doña Nélida.
Liliana obedeció. El tono seco de la madre no abría posibilidad a discusiones.
—¿Y de qué querés que hablemos?
—Me corrijo. No vamos a hablar. Vas a escucharme. ¿Cuándo aprendiste a mentir vos, chiquita de porquería?
—¿Yo mamá....?
La pregunta fue interrumpida por una fuerte cachetada.
—Las estúpidas de tus primas se pisaron y tuvieron que confesar que te andaban cubriendo. Te imaginarás que delante de tus tíos quedé como una pésima madre y una imbécil.
Cuando Liliana quiso hablar, doña Nélida se limitó a levantar la mano.
—Esas dos tarambanas te creen cualquier fábula a vos. Pero no sos tan viva como creés. Ya me di cuenta con quién andás.
Liliana bajó la cabeza. No entendía como su madre se habría enterado de la participación en la agrupación, así que se dispuso a escuchar.
Ya tendría que haber sospechado algo en las vacaciones, pero se ve que sos bastante buena jugándola de mosquita muerta; —ahora Liliana no entendía a su madre— de todos modos la verdad te termina saltando solita delante de la cara.
—¿Qué verdad?
—Que andabas noviando con el estúpido del chico Ramirez.
Liliana se quedó desconcertada. ¿Qué sería peor? ¿Aceptar como verdadera la fantasía de su madre, o revelarle que estuvo en reuniones de una organización que acababa de pasar a la clandestinidad? Mientras pensaba, doña Nélida continuaba:
—Encima ese chico Ramirez es tan bobito que te ha llamado un montón de veces a casa diciendo que se llamaba Rolando. ¡Como si yo fuera tan tonta como para no darme cuenta!
Rolando.
Liliana recordó la conversación sobre el nom de guerre. Ramirez la había estado llamando para notificarla de alguna actividad de la agrupación, pero su madre había interpretado que la buscaban para cortejarla. Concluyó que lo mejor era no sacar a doña Nélida del error.
—Perdón mamá. No va a volver a pasar. Además ya no lo veo más a Ramirez.
—Más te vale.
Siguieron tiempos aburridos, apenas interrumpidos por alguna noticia fuera de lo común. Por ejemplo, Madame Berazategui dedicó toda una clase a hablar del reciente asesinato de un tal Silvio Frondizi. A la semana siguiente les informaron que Madame había enviado telegrama de renuncia a su puesto. Se corrió el rumor de que había conseguido un puesto de traductora en una petrolera venezolana. Otros decían que se había ido amenazada.
El Renguito se puso intratable. No hablaba con nadie. Incluso se había peleado con Cacho y con Koster por un tiro libre en un partido de fútbol. Liliana no se animaba a encararlo para charlar porque tenía miedo de que la Susy o Raquel hicieran algún comentario que llegara a doña Nélida.
El año escolar llegaba al final. Había empezado emocionante y terminaba mortalmente aburrido. Hasta un mediodía en el que don Petrini entró a la casa rompiendo la monotonía.
—Los Ramirez se van a España, y no saben adonde está el hijo.
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