Gómez subió al auto y
arrancó. No esperaba que me acercara a casa después de la discusión que
habíamos tenido, pero por lo menos podría haber saludado. Me quedé parado en la
vereda mientras los dos orientales me miraban con cara de pocos amigos. Desde
la vereda de enfrente, la vecina que nos había gritado “borrachos” también tenía los ojos puestos sobre mí, pero la expresión era una mezcla de
satisfacción y deseo que los tipos del taller me reventaran a trompadas. No
cabía la menor duda de que no tenía nada que hacer en ese lugar, así que empecé
a caminar lentamente en dirección a la avenida Patria. Tampoco iba a salir
corriendo. Una cosa es recular y otra muy diferente es perder la poca dignidad
que a uno le va quedando.
Debían ser ya las tres de la
tarde y lo único que había almorzado era el sándwich que me había convidado el
orate del novio de Rujale. Milagrosamente no me había producido acidez, Empecé
a sentir hambre de nuevo. La posibilidad de conseguir latkes para cumplir con el antojo que tenía desde la mañana era
inexistente. Por otra parte, era una hora en que la mayoría de los almacenes de
barrio Pueyrredón estaban cerrados. La única alternativa que iba quedando era seguir
camino hasta la avenida Patria y buscar algún
barcito o supermercado abierto.
A la altura de Patria al 900
encontré un súper chino. No soy un hombre prejuicioso y me causaban extrañeza las cosas que dicen
de ellos. El barrio, a pesar de su mezcla de armenios, judíos rusos, ingleses y
gallegos, era muy cerrado. Sobre los chinos había escuchado toda clase de
rumores dementes: que apagaban las heladeras durante la noche, que le cambiaban
las fechas de vencimiento a los perecederos, que el precio bajo de los vinos se
debía a que se lo compraban a piratas del asfalto y otras cosas así. De todas
maneras lo único que alguna vez había comprado allí era alguna bebida
embotellada. La razón por la cual evitaba el local, era la música que escuchaba
la señora que atendía en la caja. Pop de Hong Kong. Siempre a un volumen
excesivo.
Cuando hago este tipo de
comentarios Raquel insiste en que estoy envejeciendo, y que la música que
escuchan los jóvenes hoy, no es peor que cualquier disco de Lalo Fransen o de
Billy Caffaro. Tiene razón, pero eso no resuelve el hecho de que no tolero el
pop oriental
De todas maneras, el hambre
podía más que mi intolerancia y entré al súper. La cajera me saludó con la cabeza
y pasé directo a la parte de los fiambres. La música que sonaba era una versión
del tema de “Titanic” cantada en chino (no me pregunten si en mandarín o
cantonés). No llegó a molestarme porque al pararme delante de la heladera
encontré una pieza entera de pastrón. No todo estaba perdido. Como no había
nadie que me atendiera, fui a buscar pan y pepinos. Entre los frascos de los
encurtidos encontré unos pepinos agridulces bastante aceptables, y entre los
panes envasados encontré un pan negro con centeno. Volví a la fiambrería. Una
muchacha con aspecto de cordobesa común y corriente se miraba las uñas y
masticaba chicle. No me saludó pero por lo menos fue diligente y cortó el
fiambre con prolijidad. Con alegría y un cuarto quilo de pastrón cortado en
fetas me dirigí a la caja.
La mujer que tenía que
cobrarme estaba muy concentrada en la canción que estaba sonando. La situación
era complicada en varios aspectos. Por un lado quería pagar e irme para armar
el sándwich de pastrón y pepinos lo más pronto posible. Pero, ya que estaba
ahí, no podía desperdiciar la oportunidad de sacar algún dato sobre el robo del
papamóvil.
Es posible que en este punto
ustedes comiencen a desconfiar de mi habilidad como investigador. Dirán que es
ridículo pensar que todos los chinos que viven en Córdoba se conozcan entre sí
y sepan lo que unos y otros hacen. Comentarios parecidos hacía Sara Sandler
cuando le preguntaba por algún integrante de la colectividad judía.
--No todos los “ovich” nos
conocemos—me decía riéndose.
De la misma manera podía
contestarme la mujer del súper. Además tenía otras dificultades para superar,
por ejemplo la conocida reticencia oriental o la posibilidad de que no hablara
castellano.
Me acerqué un poco más a la
caja. Noté que había una notebook conectada al amplificador. En la pantalla
podía verse una lista de reproducción de youtube llamada “beautyful chinese
music”
--Linda música—le dije.
--Garacias, señor…
--Alberto.
--¿A usted le gusta la
música china señor Albereto?
--Bueno, si. Todos hemos
escuchado alguna vez al señor este del Gangam Style.
La mujer se puso seria. –Ese
es coreano. No chino.
Metida de pata. Tenía serias
posibilidades de volver a mi casa sin información, y si volvía a equivocarme,
quizás sin pastrón. Decidí garantizar el
sándwich.
--¿Me va cobrando por favor?
La china fue pasando los
productos por el lector de barras, mientras seguía tarareando. Cuando terminó
me dijo el precio. Fui sacando la billetera con lentitud como para ir estirando
la situación y poder conversar. Mientras contaba los billetes le dije:
--¿Se ha enterado de lo que
pasó en la iglesia china?
--No es china. Es de Taiwan.
La cantidad y variedad de
orientales distintos me estaba jugando claramente en contra.
--Si disculpe. ¿Pero se ha
enterado?
--Yo nada que ver con
taiwaneses.
La china contaba los
billetes con parsimonia. Me miró con desconfianza:
--Faltan cinco.
--Perdóneme, es que soy un
poco distraído.
La china no solamente se
daba cuenta de mis estrategias para ganar tiempo, sino que se empezaba a
mostrarse hastiada. Saqué los cinco pesos que faltaban y decidí ir a lo
directo.
--Mi nombre es Alberto
Baigorria, estoy investigando junto con el personal de la Seccional Sexta un
asunto muy importante que afecta a su colectividad. Necesito que me diga todo
lo que sabe sobre el taller mecánico de la calle Suipacha…
La cajera pasó del hastío al
enojo. Empezó a gritarme en chino. Desde el fondo del local vino corriendo un
hombre mayor que primero le gritó a ella y después a mí. No le entendía a
ninguno de los dos, pero instintivamente apreté contra el pecho el paquete de
fiambre, pan y pepinos. Fui saliendo del
local caminando para atrás. Antes de que llegara a la calle, el hombre dejó de
gritarme en chino, respiró hondo, pensó y me dijo:
Poricia
perotudo, somos chinos, no coreanos.
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